Por: Juan Sebastián Arias Palomá.
El diálogo entre Augusto Bernal, crítico e historiador del cine, con el cineasta Rubén Mendoza, acota la desconexión del cine colombiano con la mayoría de sus espectadores. Aquel público que suma la crítica en sillón del anfiteatro. Pero qué apenas termina la función, es una película más en sus repertorios.
Rubén, un cineasta de artesanías
A veces el camino es al revés. Cuando has hecho muchas cosas, cine, en mi caso específico; la arcilla moldeada por años toma otras siluetas. Y ese es el mensaje para tener una vida plena. Ese molde con esa multiplicidad de siluetas al pasar de los años, consolida una personalidad y un estilo de vida. O por lo menos orienta para encontrar ese camino. Eso fue lo que yo hice a la hora de hacer progresivas mis películas con la influencia de mis vivencias.
Aunque ahora el cine es el culto al cuerpo, la vanidad y las grandes esferas del poder. Por ejemplo, una película puede desarrollar la vida de unos niños que se dedican a desenterrar bombas, conviviendo con la muerte y la barbarie a su alrededor. De momento, la gente se conmueve, hasta llora; pero apenas acaba la película, las personas expectantes salen de rumba a la discoteca más lujosa de la ciudad. No hay conciencia cinematográfica y mucho menos, coherencia en el día a día por más relatos que se ilustren en las salas de cine.
“El sabio podía conocer el mundo sin moverse de la casa”
Si detallamos el material cinematográfico de Mendoza, la violencia toma el papel protagonista de sus historias. Relatos como en la longevidad de la vida desea morir antes que seguir padeciendo el calvario de la violencia en los llanos; o el regreso de un anciano a su tierra natal, pero es perseguido tanto por las autoridades y la ilegalidad, son lamentos de vidas que no pueden tener un final en paz.
También, el problema de tierras que es el lunar más grande de nuestro país. Aunque siempre lo vemos de forma macro, las familias danza la violencia para quedarse con la mayoría cuando de herencia se trata. Incluso, las grandes urbes ya no están exentas de la trágica violencia que padecemos como colombianos. Y es allí, en los semáforos, donde podemos observar el talento de los que no tuvieron fortuna.
Puede ser que la breve amalgama de algunas películas de Rubén Mendoza cómo: Tierra en la Lengua, La Cerca, La sociedad del semáforo y Memorias del calavero; configuran un pleonasmo de que todos estamos marcados por nuestros antepasados y tenemos una misión individual y colectivamente vigente en este mundo por transformar.
Sin memoria no hay nada.
Lo anterior, avizora una forma de memoria muy representativa y determinante. Ya qué, un país convulsionado donde hierbe la sangre por cualquier discusión, la reflexión juega un papel determinante. Y es allí, donde el cine que improvisa la realidad porque la conoce a la perfección, promueve la esperanza. Esperanza de crear otras formas de vivir en Colombia.